por ANTONIO MERCADER
Un silencio de plomo acompañó en Uruguay la condena a 27 años de prisión dispuesta la semana pasada por la justicia española para Miguel Ibáñez Oteiza. La noticia pasó casi inadvertida, pese a que Ibáñez es uno de los tres etarras por los cuales se desencadenó la asonada ante el hospital Filtro en 1994. En aquel entonces, junto a Luis Lizarralde y Jesús Goitía, Ibáñez fue juzgado en Madrid y liberado por falta de pruebas. Sus dos compañeros recibieron largas condenas por múltiples asesinatos.
El fallo de ahora contra Ibáñez, por "homicidio alevoso" cometido en 1988 "con frialdad de ánimo y total desprecio por la vida humana", destruye el mito de la inocencia de aquellos etarras por los cuales se batió la izquierda uruguaya. Siempre se dijo que la liberación de Ibáñez probaba que no eran veraces los cargos contra ellos y que la asonada ante el Filtro, guiada por los tupamaros, tenía justificación. Ahora queda claro que en el Filtro no ayunaban los santos inocentes sino tres asesinos de la peor calaña.
Ibáñez, de profesión cocinero, fue detenido en el aeropuerto de París hace dos años al llegar -léase bien- de Montevideo adonde había vuelto tras los sucesos de 1994. Es decir que vivía entre nosotros y era, probablemente, animador de esas marchas de protesta que, todos los 24 de agosto, invocando el nombre del manifestante muerto ese día, se hacen hasta el Filtro. Arrestado en Francia, extraditado a España a pedido del gobierno de Rodríguez Zapatero, Ibáñez fue juzgado por segunda -y definitiva- vez.
Tras esta noticia podría esperarse que quienes en 1994 llamaron a resistir por la fuerza la extradición del trío de asesinos, pidan disculpas y reconozcan su error. Máxime después que Jorge Zabalza confesó que aquel tumulto fue el último intento de los tupamaros por retornar a la lucha armada. Intento frustrado por la policía que obligó a replegarse a los sitiadores del hospital ("Yo mismo desarmé a algunos compañeros", recordó Zabalza). Otros testimonios confirman que uno de los organizadores de la asonada fue José Mujica.
Ahora que los tupamaros se abrazan a la democracia, deberían repudiar la solidaridad que le mostraron a ETA hace 15 años. Deberían hacerlo en nombre de los 847 asesinados en España por la banda terrorista, y por quienes hoy en día viven en el país vasco amenazados por los etarras.
Deberían hacerlo por quienes aquí en Uruguay -jóvenes muchos de ellos- aún creen que los miembros de la banda son nobles luchadores por la causa vasca. Deberían aprovechar su predicamento entre los grupos radicales para desactivar las marchas de los 24 de agosto al Filtro, marchas que terminan con consignas de apoyo al terrorismo etarra y que convierten a Uruguay en el único país en donde todos los años se celebra un acto público a favor de ETA.
Pero parece inútil esperar algún ademán en esa dirección. Es más fácil seguir culpando al gobierno de Luis Alberto Laca-lle porque pretendió hacer cumplir una sentencia de extradición decretada por la justicia. Tan fácil como cargar todas las tintas sobre los excesos de la represión policial de aquella noche y seguir levantando el nombre del manifestante muerto.
¿Muerto por qué? Muerto porque, engañado, fue a defender a quienes en realidad eran tres asesinos que simulaban una huelga de hambre en el hospital.
Ahora que se conoce toda la verdad sobre lo acaecido el 24 de agosto de 1994 ¿habrá algún fiscal dispuesto a reabrir e investigar el caso?
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