Cuándo podremos decir que la izquierda regional se reconcilió plenamente con la democracia? Una respuesta breve sería: cuando haya roto con Gramsci.
Antonio Gramsci fue el fundador del Partido Comunista italiano. Nació en 1891 y fue perseguido por el régimen fascista de Benito Mussolini. Estuvo preso entre 1926 y 1934. En ese período escribió sus célebres Cuadernos de la Cárcel, donde delineó un conjunto de ideas que tienen influencia hasta hoy.
Gramsci fue visto como un gran innovador, y efectivamente lo era. Contradijo la tesis leninista de que el camino para llegar al poder es la violencia revolucionaria. Reconoció el papel central que los marxistas siempre adjudicaron a la lucha sindical, pero agregó que no era el único medio.
Afirmó el papel esencial de la cultura y sostuvo que era allí donde había que dar la lucha contra el capitalismo: al Estado se lo conquista desde la sociedad civil, sirviéndose de la prensa, el sistema educativo, la industria cultural y, desde luego, la acción sindical y política.
Las ideas de Gramsci sonaban muy heterodoxas para el marxismo-leninismo. Por ejemplo, encerraban un duro cuestionamiento al determinismo económico. Pero en otros aspectos prolongaba las ideas tradicionales, aunque las formulara en un lenguaje nuevo. Y este es el Gramsci que más pesa hoy. Sus críticas a la ortodoxia han perdido importancia porque la propia ortodoxia se ha debilitado. Pero su reafirmación implícita de muchas ideas centrales de la tradición leninista sigue teniendo influencia sobre el modo en que piensa y actúa buena parte de la izquierda.
Una de las ideas tradicionales que Gramsci prolonga es la noción del Estado como fortaleza a ser conquistada. Las instituciones no son el espacio de encuentro de todos los ciudadanos ni el lugar donde arbitramos nuestros conflictos. El Estado es un aparato de poder que debe ser controlado para imponer una orientación política indiscutida.
Los medios son distintos a los de Lenin, pero la concepción del Estado no cambia. Hay una misma negación del pluralismo político y un mismo rechazo a la rotación de partidos en el ejercicio del gobierno. Cuando se logra controlar el Estado, no hay que soltarlo. El fin de un gobierno no es un fenómeno normal sino una señal de debilidad.
Otro punto en el que Gramsci coincide con Lenin es la negación de toda autonomía a la sociedad civil.
Las organizaciones sociales, el sistema educativo, los medios de comunicación y las instituciones culturales deben estar sometidos a la conducción política. Todo se reduce a una guerra de trincheras en la que se va ganando terreno y acumulando fuerzas para la conquista del Estado.
Por eso es importante ir ganando posiciones. Un dirigente sindical no es sólo un dirigente sindical sino un actor político que cumple una misión en un ámbito específico.
El sistema educativo no es el lugar donde se prepara a la gente para vivir su propia vida, sino una herramienta para inculcar modos de pensar y fabricar adhesiones políticas.
Un tercer punto en el que Gramsci sigue siendo típicamente leninista es el modo en que concibe el trabajo de los intelectuales. Sus ideas al respecto se resumen en una expresión que se hizo famosa en los años sesenta: "intelectual orgánico".
El "intelectual orgánico" es una variante de lo que suele llamarse un "intelectual comprometido". Lejos de encerrarse en su torre de marfil, se involucra en los conflictos sociales y se pronuncia permanentemente sobre lo que ocurre.
Pero hay algo más: el "intelectual orgánico" no aspira a servir a la sociedad en su conjunto ni pretende tener independencia de juicio. Se reconoce afiliado a un bando y cumple con la tarea de suministrar munición argumental a su dirigencia política.
Para decirlo en breve, el "intelectual orgánico" es un intelectual que se suicida: mediante un acto dogmático reconoce a sus jefes políticos una lucidez superior a la suya y se somete a su juicio. Lo verdadero es lo que la dirigencia considere verdadero y lo justo es lo que la dirigencia considere justo. Por eso deja de actuar como intelectual y pasa a desempeñarse como funcionario.
La izquierda regional viene recorriendo un largo camino. Primero revalorizó las garantías formales de la "democracia burguesa", tras haber experimentado de la peor manera qué es lo que pasa cuando se eliminan.
Luego (al menos en países como Brasil, Chile y Uruguay) adquirió cultura de gobierno, es decir, descubrió el mundo de complejidades y matices que es posible ignorar mientras se es oposición.
Pero todavía le queda romper con Antonio Gramsci. Sería bueno para todos que eso ocurra.
El País Digital
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