Israel conyeva una culpa irremediable y la cargará por el resto de sus días. Una culpa que hace insoportable su convivencia en esa región y con esos vecinos. Que lo hace diferente a los demás y por eso le odian. Y se merece ese odio. Se lo merece por hacer sufrir a los árabes, más por el contraste que por sus propios males. Israel es culpable de ser el único país verdaderamente democrático en la región, de respetar la libertad y los derechos individuales y desarrollar a sus ciudadanos en la cultura del trabajo, la innovación y la iniciativa privada.
Esos valores que destacan a los israelíes desde siempre, son la verdadera piedra en el zapato de sus vecinos, sociedades y pueblos tan mileanios como los judíos, pero que siguen viviendo en la miseria, la incultura y el medioevo, a pesar de las impresionantes riquezas naturales que poseen.
Los "pobres" árabes concentran la mayor cantidad de reservas petroleras del mundo, pero sólo las disfrutan unas pocas familias de Jeques. No saben ni entienden lo que es la democracia, la tolerancia, el racionalismo. Hacen un culto de la muerte con el absurdo premio de conseguir "100 vírgenes", una muestra de primitivismo, falta de respeto a la mujer y obscenidad orgiástica. Estan dispuestos a morir - y a matar a otros - para lograr este repulsivo "premio".
Los sistemas políticos que estimulan al individuo a pensar por sus propios medios, que no le "lavan la cabeza" con consignas, ilusiones y odios ancestrales, son los gobiernos liberales. Y por tal motivo esos gobiernos son odiados, atacados y denostados tanto por los marxistas y progresistas del mundo, como por los dictadores de poca o mucha monta, por los fanáticos religiosos y por los totalitarios.
La mayoría de los árabes no saben vivir en libertad. La libertad no está en su esencia. Como no la estuvo durante centurias en Japón, en la China o en la propia Rusia. Y es notorio que Hamas no apunta a educar a su pueblo para la libertad. En cambio Israel - con sus aciertos y sus errores - ya ha dado pruebas que sí lo hace. Y eso, es más que suficiente para saber de que lado de la balanza hay que pararse.
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