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martes, enero 18, 2011

Discurso de Mario Vargas Llosa en Punta del Este


Señores ex presidentes del Uruguay, distinguidas autoridades presentes, señores directivos del banco Julius Baer, ante todo hoy día mi agradecimiento por haberme invitado a dirigirles la palabra.
Muchas gracias también por haber conseguido que la academia sueca me diera el premio Nobel, no sabía que la influencia del banco abarcaba también el ámbito de la literatura. Y muchísimas gracias a Carlos Alberto Montaner por tan impresionante presentación.
Después de las cosas que ha dicho, me temo que mi conferencia les va a parecer un clímax, pero bueno, esa es la manera de ser, generosa y solidaria de ese gran luchador por la libertad en América, que es Carlos Alberto Montaner. 

PROGRESOS DE AMÉRICA LATINA

Esta charla quiere fundamentalmente subrayar la importancia de la cultura, para que una sociedad sea verdaderamente democrática y libre. Pero como no quiero hablar en abstracto, prefiero referirme concretamente a estos temas a partir de la experiencia latinoamericana. Y comenzaré diciendo que, haciendo las sumas y las restas, la situación de América Latina en nuestros días me parece positiva, y mucho mejor que la de antaño. Creo que la comparación no hay que hacerla con la América Latina ideal con la que soñamos, sino con la América Latina que fue, que hemos vivido, y la actual. Si nosotros hacemos esta comparación, fundamentalmente pragmática, yo creo que los progresos son notables.
El primero de ellos, sin ninguna duda, es el hecho de que hoy día tengamos mucho menos dictaduras que en el pasado. Cuando yo recuerdo la América Latina de mi adolescencia y juventud, recuerdo dictaduras militares de un confín a otro confín. Las excepciones eran escasísimas, una de ellas, precisamente, el Uruguay, otra, Chile. Y luego prácticamente parábamos de contar. Aparecían regímenes democráticos que apenas sobrevivían pocos años y eran derribados por dictaduras militares.
Hoy en día tenemos muy pocas dictaduras. Cuba y Venezuela, que no ha llegado todavía a ser una dictadura cabal, pero se acerca cada vez más al modelo cubano. Y luego tenemos regímenes como los de Bolivia, o Nicaragua, que apenas merecen ser llamados democracias. Sin embargo, tanto Venezuela, como Bolivia, como Nicaragua y algunas otras democracias latinoamericanas, que parecen serlo de una manera relativa y caricatural, tiene, y esa es la gran diferencia con las dictaduras militares del pasado, un origen democrático. Fueron sus gobernantes elegidos en comicios más o menos limpios. Están ahí no por la fuerza bruta, sino por los resultados de unos comicios en los que hubo una mayoría que los apoyó. Desde mi punto de vista quienes votaron así se equivocaron, pero tenían derecho a equivocarse. La democracia permite a los pueblos elegir, pero eso no significa que los pueblos a veces no elijan mal, y a veces muy mal.
VENEZUELA
El caso de Venezuela es, en ese sentido, ejemplar. Desde mi punto de vista, lo que ocurre en Venezuela es catastrófico. Hay verdaderamente la destrucción de uno de los países que debería tener uno de los más altos niveles, no de América Latina, sino del mundo, por la extraordinaria riqueza de que la providencia lo ha dotado. Es un país que tiene además una tradición democrática importante, Venezuela ha sido un pueblo que se ha levantado contra los dictadores.
En mi juventud yo recuerdo las luchas de los venezolanos contra la dictadura de Pérez Jiménez, y el entusiasmo con que en toda América latina recibimos la liberación del pueblo venezolano. ¿Qué les pasó a los venezolanos para votar por Chávez? ¿Qué les pasó para votar por un comandante que se había sublevado contra un gobierno constitucional y contra un estado de derecho? Al que los militares constitucionalistas de Venezuela derrotaron y enviaron a los tribunales y a la cárcel, que es donde deben estar los militares golpistas. ¿Qué les pasó para pocos años después recibir a Chávez con los brazos abiertos como a un Mesías, como a un redentor?
No podemos olvidar que el comandante Chávez está donde está porque no una vez, sino dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete veces los venezolanos lo respaldaron, incluso cuando ya sabían lo que el comandante Chávez quería hacer de su país, de la economía venezolana, de las instituciones venezolanas. ¿Qué pasó? Precisamente ese el tema de mi conferencia de hoy: la cultura.
En lugar de ideas hubo pasiones, hubo instintos, hubo un gran desencanto con la democracia, que fue incapaz de satisfacer los anhelos, las expectativas que habían sido puestas por los venezolanos a partir de la liberación. Y eso que ha ocurrido en Venezuela, por desgracia, ha ocurrido en muchos otros países latinoamericanos. Para vergüenza nuestra, la de los peruanos, ha ocurrido en mi país. Un presidente elegido constitucionalmente a los dos años de subir al poder da un golpe de estado, destruye la democracia, y en lugar de ser excretado por la opinión publica, como deberían serlo todos los golpistas, y sobre todo los estadistas que traicionan su origen democrático, una mayoría de peruanos aplaudió y legitimó al golpista, que inauguró un período verdaderamente atroz, de atropellos a los Derechos Humanos, de saqueo de los recursos públicos, de tráficos ilegales y de crímenes monstruosos.
LA CULTURA AUTORITARIA
El señor Evo Morales, que está destruyendo sistemáticamente a Bolivia, un país que yo quiero mucho, porque pasé los primeros 10 años de mi vida, no tiene un origen legítimo. El señor Evo Morales no solamente ha ganado las elecciones una vez, sino dos y hasta tres veces. Y mientras las encuestas dicen que aun hoy día, cuando ya el pueblo boliviano empieza a padecer los primeros resultados de esa política terriblemente equivocada, que es la suya, hay aun una mayoría electoral que lo respalda.
Creo que este es un aspecto realmente muy importante. Las dictaduras en América Latina han caído muchas veces como un accidente natural sobre los países, es verdad. Los cuarteles se insubordinaban, destruían los estados de derecho frágiles con que contábamos y se imponían por la fuerza bruta en el poder. Pero este no ha sido siempre el caso. Ha habido muchos otros casos que los historiadores disimulan, porque significan un baldón en la historia de nuestros países, en que los dictadores fueron recibidos con bombos y platillos, y con fuegos artificiales. Yo he escrito una novela sobre uno de los dictadores más feroces que ha tenido América Latina, el generalísimo Trujillo, y aunque parezca mentira, y aunque como latinoamericanos tiene que avergonzarnos, Trujillo fue inmensamente popular. Trujillo, si el pueblo dominicano hubiera echado mano a quienes lo ajusticiaron, a los valientes que acabaron con esa dictadura, los hubiera linchado, no hubieran sido recibidos como héroes. Las miles de miles de personas que a lo largo de 24 horas desfilaron frente al cadáver de Trujillo rindiéndole homenaje, eran dominicanos humildes, que habían vivido en el miedo, en el terror, 31 años, y sin embargo, allí estaban.
En nuestros países, por desgracia, hay una profunda cultura autoritaria que viene de muy lejos y eso es algo que tenemos que reconocerlo si queremos vencerlo y superarlo. Porque mientras no hayamos acabado con esa tradición, nuestras democracias serán siempre frágiles, transitorias, y sobre ellas pesará siempre la amenaza de un retorno al autoritarismo. Dentro de ese contexto yo creo que tenemos que mirar con optimismo la América Latina de nuestros días.
IZQUIERAS Y DERECHAS DEMOCRÁTICAS
Hay un fenómeno muy interesante y novedoso respecto al pasado, tenemos una izquierda y una derecha, que creen en la democracia, por lo menos actúan como si creyeran en ella. Eso en el pasado era muy raro. Las izquierdas democráticas, las derechas democráticas eran, generalmente, sectores tan minoritarios que no conseguían imponer la democracia. Y cuando lo conseguían era por períodos muy cortos. Eso, hoy en día, ha cambiado. Tenemos unas izquierdas que, en países como Uruguay, como Brasil, desde luego, en el Chile de la concertación, aceptas las reglas del juego democrático, las respetan, dejan abierta siempre la posibilidad de la renovación política.
Y lo que es todavía más novedoso, en el campo económico han renunciado, discretamente, sin decirlo, a las recetas tradicionales de la izquierda para el manejo de la economía. Unas izquierdas que aceptan el mercado, que aceptan la disciplina fiscal, que alientan las inversiones, que en lugar de practicar la receta populista del desarrollo para adentro, abren sus fronteras, quieren exportar y quieren la economía del mundo venga a crear industrias y a desarrollar la economía nacional. Esa es una extraordinaria transformación. Hay sectores muy amplios de la izquierda que hoy en día son una garantía democrática y hay también una derecha democrática, que ya no cree que los militares deben resolver los problemas políticos de los países, sino que defienden el estado de derecho, defienden las instituciones democráticas, y están llevando a sus países a unos índices de crecimiento muy notables
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Es el caso de Colombia, de Perú, de Chile, con Piñera, desde luego, y quizás lo más sorprendente es el caso de la mayoría de los países centroamericanos, una región del continente que fue como la tierra prometida del autoritarismo, de la brutalidad política, del hombre fuerte, y que ahora de un extremo a otro tiene comicios masivos, algunos más orientados a la derecha, otros más orientados a la izquierda, pero que juegan al juego democrático y que participan también de esos consensos a favor de una economía de mercado, que ya no hayan nacionalizaciones y que, aunque no lo digan ni lo reconozcan, ya no miran al empresario como el enemigo, el explotador, el responsable del atraso y la pobreza, sino más bien como el motor del crecimiento, del desarrollo y el factor neurálgico en la creación de la riqueza.
Esa es una novedad extraordinaria en nuestro continente y yo creo que justifica un cauteloso optimismo. Cauteloso porque todavía falta mucho por hacer y desde luego dentro de esos sistemas democráticos, encabezados por gobiernos de izquierda y de derecha, hay factores profundamente peligrosos para la supervivencia de la legalidad y de la libertad.
LA CORRUPCIÓN Y LA LEY
Me gustaría referirme a algunos de ellos. Creo que el primero de todos es la corrupción. La corrupción es una plaga que recorre el continente de un extremo a otro. En algunos países de una manera mucho más acusada que en otros, pero no hay ninguno que se libre de esa plaga. La corrupción es un cáncer para la democracia. Nada desmoraliza tanto a una sociedad como comprobar que quienes han sido elegidos en comicios legítimos dedicados a la responsabilidad política, utilicen ese poder en tráficos ilegales, para enriquecerse, para privilegiar algunas empresas y algunos individuos sobre los demás, y establecer unas prácticas que desnaturalizan la razón de ser de todas las ejecuciones de la democracia. Por eso la corrupción debe ser combatida con coraje y de una manera implacable y sistemática.
El gran problema que tenemos los latinoamericanos para combatir eficazmente la corrupción es el desapego a la ley. Ese es un problema todavía sin resolver en el continente. ¿Qué es el desapego a la ley? Les contaré una anécdota para que la idea quede más clara. Era el año 1966, me fui a vivir a Inglaterra, donde viví muchos años. Muchas cosas me sorprendieron, me conmovieron, me deslumbraron de la experiencia inglesa, no la comida, desde luego. Pero, quizás de mis años de Inglaterra lo que más me impresionó es algo que yo no había visto ni viviendo en Perú, ni en España, ni en Francia. La creencia natural del inglés, de que las leyes estaban bien hechas y que las leyes estaban hechas para favorecer el bien común, y que por lo tanto, la ley tenía una legitimación de tipo espiritual, no solo constitucional. Eso yo no lo había visto nunca antes, en Francia, en España, en Perú, se acataba la ley cuando no había más remedio, pero nadie pensaba que realmente las leyes expresaban un poder de tipo moral positivo.
En los países en los que yo había vivido generalmente había que resignarse a la ley porque estaba allí y porque había una penalidad. Porque la ley generalmente estaba hecha para favorecer a algunos contra otros. La ley era un instrumento de competencia en manos del poder encargado de dictarla y de aplicarla, de sancionar a sus infractores. Y allá el respetar la ley obedecía, más que el temor, al sentimiento natural de que aquello era bueno para la sociedad y había sido dictado con esa intención.
Ese sentimiento puede haberse modificado desde entonces, pero creo que los países más democráticos del mundo son los que dan consistencia, fuerza y credibilidad a ese ingrediente fundamental del trípode de la civilización, la legalidad. El desapego de la ley es una de las fuentes principales de la corrupción en América Latina.
Los latinoamericanos no creemos que las leyes están hechas para favorecer al bien común, siempre creemos que las leyes están dadas para favorecer a quienes mandan, a quienes tienen más influencia política, económica, militar, eclesiástica, o poder de cualquier tipo. Y que por lo tanto el respeto a la ley no goza de esa urgencia de tipo moral, cívica, que goza en los países verdaderamente democráticos.
Es verdad que en América Latina muchas veces la leyes están dadas por razones subalternas, para favorecer a algunos, y por lo tanto, perjudicar a los demás. Es verdad también que en América Latina muchas veces es difícil vivir dentro de la ley, cuando la legalidad es confusa y contradictoria. Yo recuerdo mucho cuando fui candidato en Perú, nosotros hicimos un estudio de la legalidad peruana y descubrimos que prácticamente no había una sola ley que no tuviera una contra ley. Y estando en un bosque legal complicado y absurdo, desde luego que es muy difícil que se mantenga el respeto a la ley. Ocurre lo contrario, hay un desprecio hacia una legalidad que es absurda e impracticable.
Si nosotros no conseguimos que nuestros ciudadanos vean en la ley una de las maneras de alcanzar la civilización, que es el objetivo último de la democracia, porque en sí misma no es un objetivo sino un elemento para llegar a la civilización, nuestras instituciones serán siempre débiles, frágiles y perecederas.
LA INDUSTRIA DEL NARCOTRÁFICO
Un problema suplementario en el caso de la corrupción en América Latina es la industria del narcotráfico. Es una industria que crecido de manera vertiginosa, que ha aprovechado muchísimo, mejor que muchísimas transnacionales en el mundo la globalización, el desvanecimiento de las fronteras, que tiene un nivel de modernización y sofisticación extraordinario, que se descentraliza que se adecua de a cuerdo a sus necesidades, como estamos viendo en países como Colombia, como México. Pero no hay que ser tan ingenuo de creer que aquello que ocurre en Colombia o México, no ocurrirá en el resto de continente. Ha empezado ya a ocurrir, está allí, escala por nuestros pies. El narcotráfico se expande y nadie ha conseguido hacerlo retroceder, a pesar de lo vertiginoso y astronómico de las sumas que los países, empezando por Estados Unidos, gastan en la represión del narcotráfico.
Pero el narcotráfico sobre todo es una fuente extraordinaria de corrupción, porque en muchos países cuenta con más recursos que el Estado, puede pagar mejores sueldos a las autoridades, a los jueces, a los parlamentarios, a los periodistas, hasta crear verdaderamente unos estados paralelos.
Si no paramos con el narcotráfico es muy posible que acabe con la democracia y que empiecen a surgir narco-estados, algo que de lo que algunos países han estado a punto de experimentar. La idea de que la mejor idea de combatir el narcotráfico es la represión es equivocada. Yo creo que hay ya pruebas suficientes en todos los años que llevamos padeciendo esa lacra, de que la represión no acaba con el narcotráfico, que la represión en cierta forma es un apego que permite que el narcotráfico haga cada vez ganancias más extraordinarias, y que sería ya hora de empezar a discutir sobre la posibilidad de una política totalmente distinta, una política de "descriminalización" del narcotráfico.
Creo que lo que ha ocurrido con el tabaco es ilustrativo. Si las sumas extraordinarias que se emplean hoy día en la represión se emplearan en la prevención, en una información destinada a mostrar a las sociedades los peligros, los riesgos y los que el consumo de las drogas causan, y a rehabilitar a quienes han caído, probablemente se tendrían beneficios más prontos, y sobre todo se acabaría con la delincuencia asociada al narcotráfico, que es el cáncer al que me he referido para las instituciones democráticas.
LA PROPIEDAD, SIGNO DE LA LIBERTAD
En ese trípode de la civilización, la propiedad es fundamental. No hay nada que haga sentir tanto la importancia de la legalidad y de la libertad a una persona, como ser propietario. La propiedad es el signo visible de la libertad, y lo es también de la legalidad, si una sociedad respeta la propiedad. Una democracia será siempre muy frágil en una sociedad en la que la propiedad esté concentrada en muy pocas manos. Todas las democracias funcionales, sanas, prósperas, son democracias de ciudadanos propietarios, y por eso en América Latina, donde la propiedad está todavía concentrada en tan pocas manos, si quieren tener raíces sólidas, deben trabajar por difundir la propiedad.
Eso no significa, como creen las tiranías socialistas, expropiar, crear propiedades colectivas es siempre una caricatura de la propiedad, sino crear un sistema en el cual la gran mayoría de ciudadanos puedan acceder a la propiedad.
En América Latina las políticas de privatizaciones, por ejemplo, han desaprovechado esa extraordinaria oportunidad. Una oportunidad que yo viví muy de cerca en Inglaterra, en el gobierno de la Sra. Thatcher. Ese es un aspecto que no nunca se ha alabado lo suficiente, de la política de la Sra. Thatcher. La manera en como se difundió la propiedad entre los ingleses que no tenían propiedad. Lo que se hizo, por ejemplo, con las viviendas donadas de interés social que pertenecían a las municipalidades y que fueron alquiladas por muy poco precio y que servían al partido laboralista para crear comunidades activas de electores. Cuando Thatcher privatizó esas viviendas, miles de miles de familias accedieron a la propiedad. Y ese acceso a la propiedad aumentó con la privatización del agua, con la privatización de la energía y más, con lo cual la difusión de la propiedad fue extraordinaria y le dio el dinamismo que sabemos a esa reconstrucción de la democracia inglesa que se vivió en aquellos años. Y yo creo que en América Latina nosotros necesitamos difundir la propiedad si queremos tener democracias verdaderamente sólidas.
Desde luego que no es la única manera, hay muchas otras y quizás la principal es creando un tema que los liberales discuten mucho entre sí y en el que yo creo apasionadamente: la igualdad de oportunidades.
Hay quienes dicen que hablar de igualdad de oportunidades ya es hablar de socialismo, no lo es. Hablar de igualdad de oportunidades es corregir una injusticia fundamental. El privilegio que tiene en una sociedad de grandes desigualdades económicas y sociales, lo que significa ser propietario, lo que se significa tener acceso a una educación de alto nivel y, por el otro lado, partir de condiciones en las que ya hay de entrada una enrome desventaja para labrarse un porvenir.
EDUCACIÓN PÚBLICA DE ALTO NIVEL
Una sociedad democrática crea igualdad de oportunidades de muchas maneras, pero principalmente a través de un sistema de educación pública de muy alto nivel.
Esa es la mejor manera de corregir en cada generación las injusticias y las desigualdades, y crear un punto de partida en el cual sea fundamentalmente a través del esfuerzo, del talento y de al creatividad, como se alcance la prosperidad y la fortuna, y no a través del privilegio de la herencia. Ese es un postulado de justicia en el sentido más generoso de la palabra. Lamentablemente la inversión en educación pública es muy escasa, y de esto es que lo gobierno no pueden aprovechar los resultados, el éxito de ese tipo de políticas de una manera electoral. Y por eso la educación pública en América Latina, por desgracia, vive en unas condiciones trágicas, y a veces tragicómicas.
La gran paradoja es que en muchos países la educación pública está en manos de sindicatos de extrema izquierda que conspiran contra todas las medidas que tienden, justamente, a elevar el rendimiento de la educación. Pero si no conseguimos que haya una educación nacional de altísimo nivel que permita a quienes carecen de fortuna y proceden de lugares humildes adquirir enseñanzas que los capaciten para competir digna y democráticamente para elaborarse un porvenir, las democracias serán siempre unas democracias frágiles y atrasadas.
No se necesita ser Suecia ni Suiza para tener una gran educación pública. Lo tuvo un país latinoamericano, lo tuvo la Argentina. Hoy día, cuando vemos las tragedias que vive la Argentina nos olvidamos que alguna vez argentina fue, no un país subdesarrollado, sino un país del primer mundo. Un país industrializado, cuando tres cuartas partes de la Europa occidental eran subdesarrolladas, un país que tuvo un sistema educativo que fue ejemplar para su tiempo. Un sistema educativo que en un momento logró prácticamente acabar con el analfabetismo en Argentina.
Luego, cuando Argentina comenzó a subdesarollarse políticamente, eso desapareció. Pero allí estuvo, se consiguió. Luchar por eso es luchar porque la cultura dentro de una democracia ese papel fundamental que no solamente garantiza la existencia y supervivencia de las instituciones, sino que produce un mecanismo de justicia para todas las generaciones. Esto es absolutamente fundamental si queremos que la sociedad sienta la democracia como una necesidad vital.
Solo unas palabras sobre el tercer trípode de la civilización, la libertad. Jean-Francois Revel, un gran pensador liberal de nuestro tiempo, y uno de los que conoció mejor América Latina entre los europeos, escribió en un ensayo magnífico sobre la libertad, que cada vez que escucháramos a una persona tratar de definir la libertad, había que desconfiar, porque generalmente quieren definir la libertad, quienes de algún modo u otro pretenden acabar con ella.
Creo que decía algo muy exacto. ¿Quién no sabe cuándo exista la libertad y cuándo no? ¿Quién no se da cuenta lo que es gozar de la libertad y estar privado de ella? ¿Quién que vive con el temor de ser sorprendido o descubierto, de alguna manera no sabe que la libertad a su alrededor ha sido recortada o suprimida? ¿Y quién que no tiene que pensar nunca en ella, no está viviendo de manera muy clara en libertad? No necesitamos definiciones para saber qué cosa es libertad y para saber cuándo ella es complicada. Lo que sí sabemos es que la libertad no es un estado fijo, rígido, invariable.
La libertad es un proceso, es un quehacer, y nada hace que aumente más esa libertad, como la cultura. La cultura no solamente son los conocimientos determinados, es también el desarrollo de una sensibilidad, de una imaginación, de una fantasía. Todo aquello que viene a través de la educación, de la información, de la prensa, de lo medios, y por supuesto, a través de la familia. Una sociedad educada es una sociedad irremediablemente díscola, es una sociedad a la que la cultura le ha hecho sentir que el mundo está mal hecho en comparación con el mundo que somos capaces de inventar, de crear, de desear.
Una ciudadanía díscola es una ciudadanía que es muy difícil de ser engañada y embaucada por cualquiera de las manifestaciones del poder.
Desde el punto de vista de la democracia debemos difundir la cultura, el espíritu crítico. Una sociedad se desarrolla extraordinariamente cuando los ciudadanos son cultos.
Los ciudadanos que son cultos difícilmente llevan a cabo esa abdicación, que significa, por ejemplo, respaldar a un dictador, abdicar frente a un dictador del derecho de pensar y de decidir qué es bueno, qué es malo para la sociedad.
Es verdad que hay algunos casos trágicos en la historia de pueblos que abrieron los brazos a un dictador y luego, por supuesto, lo pagaron carísimo. Un pueblo culto es crítico, es mucho más difícil de engañar, y por eso la cultura es un ingrediente fundamental, central, de la libertad. Defender y fomentar la cultura es crear unas sociedades vigilantes, que frente al poder reaccionan con entusiasmo o con hostilidad, según el poder favorezca o perjudique sus propios intereses.
Quiero terminar con una referencia a uno de los grandes pensadores de la libertad, quizás el más grande de la época moderna, Carl Popper. Él visitó España pocas semanas antes de morir, era un viejecito lúcido, a pesar de haber experimentado un problema cerebral bastante serio mantenía la lucidez, era impresionante verlo hablar del futuro que se nos avecina, y lo con optimismo. Decía algo así: muchas cosas andan mal en nuestro tiempo. Hay guerras, hay muertes, se cometen todavía genocidios, hay unas desigualdades monstruosas, hay hambre, hay plagas, mucha gente sufre. Sí, todo eso es verdad. Pero no olvidemos lo siguiente, nunca en la historia de la civilización hemos estado mejor que ahora. Antes siempre estuvimos peor y nunca, como hoy, hemos tenido en nuestras manos tantos conocimientos científicos, tecnológicos, tantas experiencias históricas como para dar una batalla exitosa contra todas las plagas de la humanidad. La ignorancia, la explotación, la enfermedad, la escasez. Cuando nos asalte la desmoralización y nos sintamos abrumados por los desafíos que tenemos delante, pensemos en eso; nunca hemos estado mejor, por primera vez tenemos los elementos suficientes para derrotar todo los que nos agravia, que nos enferma, que nos hace sufrir, que nos desmoraliza.
Ese sentimiento debería devolvernos el entusiasmo, el optimismo. Es verdad; por primera vez en la historia los países pueden decidir si quieren ser pobres, o si quieren ser prósperos, si quieren ser libres, o si quieren ser cautivos. Imitemos lo mejor y pongámonos en acción.
Muchas gracias.

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