El Ministro de Ganadería José Mujica, el más popular, el más admirado y el más votado, ha contratado a un herrero de gran talento para que pueda diseñar un arado cuyos planos serán difundidos gratuitamente para que cada paisano pueda reconstruirlo con poco dinero y así mejorar la productividad de su pequeño predio.
Esto lo hace para ayudar a esta gente a competir contra los tractores y las multinacionales que los fabrican, ya que “todo paisano tiene un perro y un caballo” y de esta manera puedan seguir trabajando la tierra. Me gustaría pensar que además de caballo y perro, esta gente también tiene cabeza. Y por poca formación que tengan ya se deben dar cuenta que con estos enseres medievales que el Ministerio les ofrece, no van a poder competir ni ahora ni nunca con la tecnología, el conocimiento y las habilidades gerenciales que utilizan los que administran en serio el negocio agropecuario.
Creer que la carne, la lana o la soja nos van a sacar de la pobreza es una triste ilusión.
Juan Enriquez Cabot de la Universidad de Harvard, nos dice que “un commodity, un bien básico o una materia prima, vale hoy el 20 por ciento de lo que valía en 1845. Y aquellos pueblos que siguen tratando de competir vendiendo materias primas sin conocimientos, son cada día más pobres.”
En 1985, México, Brasil, Argentina y Corea generaban más o menos el mismo número de patentes anuales que Estados Unidos. En 1999 IBM generó 2.685 patentes en EEUU y 167 países del mundo juntos generaron menos; apenas 2.500 patentes. Eso quiere decir que una sola compañía puede generar más conocimiento y vender más patentes que 167 países juntos. Ya en los años 40 Einstein afirmaba: "Todos los imperios del futuro van a ser imperios del conocimiento, y solamente serán exitosos los pueblos que entiendan cómo generar conocimiento y cómo protegerlo; cómo buscar a los jóvenes que tengan la capacidad para hacerlo y asegurarse que se queden en el país”.
No creo que patentando arados generemos riqueza. El Ministro debe entender que lo que hay que arar no es la tierra sino la mente de los uruguayos. Y allí sembrar deseos de superación personal y no mediocridad; estimular la generación de riqueza individual y no repartir pobreza colectiva e integrarnos a un mundo global, no aislarnos.
Tal vez así, algún día, tengamos la oportunidad de despedirnos del arcaico arado y dejemos de despedirnos de nuestros mejores hijos, que emigran a los países donde estas ideas ya fueron plantadas y han germinado.
No podemos entrar en el futuro arrastrados por la fuerza bruta de un caballo.
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